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Rivalidades históricas: Nintendo y SEGA

No recuerdo nada parecido, ningún momento en mi vida tan mágico, ni siquiera aquella rivalidad entre Celtics y Lakers con la que los grandes Ramón Trecet y Esteban Gómez nos hacían la boca agua en “cerca de las estrellas”, o cuando el último guerrero derrotó a Hulk Hogan en Westlemania VI narrado por otro gigante como Héctor del Mar.

Unos años atrás, tenía el hábito de jugar con mi padre una partida de ajedrez antes de dormir. Se me pone la carne de gallina solo de pensarlo. Unas noches era Kasparov y mi padre Karpov, y la siguiente intercambiábamos los papeles. Creo que no conocíamos más ajedrecistas excepto a B. Fischer, pero en todo el tiempo que perpetuamos esa bendita costumbre, ninguno de los dos elegimos ser por una noche la leyenda americana.

Kasparov vs. Karpov

Volviendo unos años atrás en el tiempo, después de enamorarme de los Lakers de Magic y Jabbar y su rivalidad con los Celtics de Bird, Parish, Mchale … y quedar prendado del deporte en equipo, empecé a coquetear con los deportes individuales, concretamente con el tenis.

Recuerdo especialmente esos partidos entre Agassi y Sampras, esa lucha de estilos, esas dos maneras de competir a un mismo deporte, esas dos maneras de vestir y de golpear la pelota tan distintas entre sí. Esas dos maneras de esos dos genios. Efervescencia pura para un adolescente, la misma efervescencia que años después experimenté con los duelos entre Federer y Nadal. Me arrancó la cabeza y la llevó a la majestuosa hierba de Wimbledon, pero ya con casi treinta años.

No sé si ustedes piensan lo mismo, pero creo que para que alguien sea grande y eterno tiene que tener alguien cerca que le recuerde que está ahí, a un paso, dispuesto a quitarle el cetro. Llamémosle antagonista o coprotagonista, o incluso, en la cabeza de los fans, convertirle en villano.

En el presente y con unos cuantos años más, tan solo Messi y Cristiano han conseguido ligeramente evocar aquellos sentimientos con esa lucha de estilos. Sentimientos que tuvieron su cénit a principios de los 90 con nuestras amadas Súper Nintendo y Mega Drive de Nintendo y Sega.

Como les contaba al principio, no recuerdo nada parecido, ningún momento tan mágico, porque desde luego, meter una de esas obras maestras en forma de cartucho en tu consola y darle al ON fue lo más parecido a una bofetada de magia que yo conocí.

En clase, en la EGB, a un lado del aula nos sentábamos los simpatizantes de Nintendo y al otro los de Sega. Podías dejar de hablarle a un amigo unos días con que tan solo se le pasara por la cabeza meterse con el personaje fetiche de tu compañía preferida. ¿Se imaginan que a un lado de la clase se sentaran los partidarios de Sherlock Holmes y al otro los del profesor Moriarti? ¿A un lado los de Pepsi y al otro los de Coca-Cola? ¿Robert de Niro y Al Pacino? ¿Fender y Gibson? ¿Beatles y Rolling?… Yo no, la verdad. Tuve la suerte de vivirlo con la citada relampagueante adolescencia que nos hacía vivir las cosas de una manera tan apasionada.

Amé con todas mis fuerzas a Nintendo, a Mario, a Link, a Samus y a tantos otr@s, pero puedo decir que a día de hoy también amo a Sega, a Sonic, a Alex Kid, a Kid Chameleon y a ese sinfín de personajes con los que aprendimos a hacer volar nuestra imaginación.

Gracias Sega y gracias Nintendo por retroalimentaros para crear una época única, una oda a la jugabilidad, un billete de ida sin destino en el que podías elegir en qué tren viajar y una llave que nos abría la puerta al octavo arte en ese momento tan desconocido.

Artículo escrito por: Raúl Moskaturka – Guitarrista de Melancrónico

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